La esquina Bohemia

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Sunday, March 05, 2006

Boxeo


Desde niña, me han fascinado las peleas de boxeo. Además de la algarabía y las apasionadas discusiones de quién era el mejor: si Wilfredo, el Macho o el Chapo, me cautiva la estrategia y el combate de los boxeadores. Es hipnótico observar cómo literalmente se pone el cuerpo en juego hasta sus últimas consecuencias. Es notable cómo se celebra en nuestro país ese aspecto distintivo de la masculinidad: el de arriesgarlo TODO con el único límite de la muerte. Por lo tanto no es casualidad que la mayoría de los asistentes a las carteleras sean hombres. Las mujeres son sólo o hermosos objetos a ser piropeados (las anunciadoras de los asaltos) o las resignadas acompañantes de los acalorados fanáticos. Yo no, yo trataba de vivirme las peleas como los hombres lo hacen. Quizás esa es mi estrategia de asegurar su atención y cariño; en especial el de mi padre. Los deportes han sido la temática que han mediado la relación entre mi padre y yo. Hay muchas cosas que son difíciles de hablar entre un padre y una hija, pero siempre se puede hablar de deportes. A mi padre le alegraba mucho que le pudiese acompañar porque a mi madre nunca le ha gustado el boxeo. En los eventos puedo desarrollar con él una estrecha camardería de comentaristas deportivos frustados mientras él come maní y yo tomo cerveza.

Sin embargo cuando empezé a estudiar psicología sentí mucha culpa por mi aficción al boxeo debido al extenso daño neurológico que causa. No obstante, dígale eso al chamaco de Quintana o Las Monjas para quien el gimnasio es su refugio de la pobreza y la violencia aún mayor que la del ring. O dígale eso a un país tan hambriento de héroes y tan sediento de líderes. Esta ínsula tiene un sentido de identidad tan frágil que busca mirarse deseperadamente en los boxeadores y las reinas de belleza para cargar sus ideales y aspiraciones. Además el boxeo es un negocio MUY lucrativo y eso lo sabe bien HBO. Aunque Jim Lampley y Larry Merchant ODIAN a los puertorriqueños, ellos saben que aquí hay billetes. Para muestra un botón, el coliseo estaba completamente LLENO, hasta los asientos de 250 y 500 dólares. Yo no sé, se habla tanto de lo mal que está la economía. Anoche no lo parecía. Por todas estas razones hay boxeo para rato...

Anoche mi padre y yo fuimos a la pelea de Cotto en tren, dejando el carro en la estación Sagrado Corazón. Mi padre estaba maravillado con el tren. A ambos nos entusiasmaba mucho el tren como promesa de convertir a San Juan en una verdadera ciudad en vez de los barrios desparramados que es. Todavía le falta mucho al tren pero la promesa está ahí. Desde la estación San Francisco hasta la estación Deportivo, el tren estuvo lleno. Si tan solo la gente usara el tren más a menudo y no sólo para eventos especiales. Pero, así se empieza.

Llegamos finalmente al Coliseo. La verdad que ver una cartelera de boxeo en vivo no se parece en NADA a verlo por televisión. Al no tener el filtro del aparato, se constatan los efectos en los cuerpos de los contrincantes de los golpes que se intercambian: la sangre de la nariz, el rostro que se hincha, la respiración entrecortada. Aún así el publico pide sangre sin tapujos, al punto de abuchear la pelea si no hay un knockdown o un knockout. También se nota una festiva camaradería de los fanáticos que siguen la pelea con la misma pasión que los gladiadores combaten. Se oyen varias veces los gritos de "salte de ahí" o "acábalo".

En general, la pelea de Cotto complació al público. Estuvo todo el tiempo a la ofensiva. Terminó en el octavo asalto con un puño hacia el hombro derecho de Gianluca Branco. Parece que el puño lastimó el músculo que da base al movimiento del brazo. Por lo tanto, el golpe tuvo el efecto de que se quedara sin brazo derecho. Como resultado, tuvo que tirar la toalla. Mi padre se quejó de lo anticlimático del final de la pelea. Al igual que él, mucha gente se quedó con las ganas de ver el knockout. Aún así hay que celebrar. Ganó el nuestro y eso es lo que importa.


foto de la galería de endi.com

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